miércoles, 3 de agosto de 2016

CONVERSOS DEL SIGLO XX


Juan Luis Lorda


Son muchos los que se convierten: muchos más de los que algunos piensan. La mayoría lo hace calladamente, pero a veces —dice — «nos encontramos con casos de intelectuales que han vivido conscientemente su conversión como un proceso y son capaces de relatar sus etapas. Tiene un gran interés que personas con vida intelectual nos cuenten su conversión. Porque son más capaces de analizar y describir sus situaciones y evolución. Así su relato adquiere una fuerza, que es verdaderamente literaria, no por artificio, sino por la realidad que toca, que es profundamente humana.»

De G. K. Chesterton ha dicho Juan Manuel de Prada que «quizá ha sido el gran escritor católico del siglo XX, y uno de los grandes escritores de ese siglo».

Dice en Alfa y Omega, hablando del mismo Chesterton: «Murió en 1936, pero predijo el Holocausto, la guerra más horrible de la Historia (y dónde empezaría), el nacimiento y la caída del comunismo ruso; que «se exaltaría la lujuria y se prohibiría la fertilidad», que el aborto sería un signo de progreso…; que el Estado sustituiría a la autoridad paterna; que algunos cristianos alabarían «todos los credos menos el propio». Así vio Chesterton un mundo del que decía que había que odiarlo tanto como para querer cambiarlo, y amarlo tanto para creer que vale la pena cambiarlo.»

El siglo XX ha estado marcado por choques ideológicos muy fuertes que influyeron en el modo de pensar de sus personajes más lúcidos, entre los cuales, sin duda, se encuentran los escritores.


 Joseph Pearce ha publicado recientemente Escritores Conversos, ed. Palabra, 2006. (Literary Converts, ed. Ignatius Press, 2000). Estudia en este extenso libro las repercusiones que las teorías de Marx y Nietszche tuvieron en escritores como Bernard Schaw o H.G. Wells y en muchos otros, y como, en ese ambiente, se produjo un importante renacimiento artístico y espiritual que alcanzó a intelectuales y artistas que, desde el mundo anglosajón, ejercieron y siguen ejerciendo notable influencia en el mundo de trata de los que Pearce califica «Escritores conversos», entre los que se encuentran C.S. Lewis, J.R.R. Tolkien, Evelyn Waugh, Chesterton, T.S. Eliot, Hilaire Belloc, Graham Greene, Christopher Dawson, Malcolm Muggeridge, Ronald Knox, Robert Benson, Dorothy Sayers, Edith Sitwell, Maurice Baring, Siegfred Sassoon, etc., con cuyas vidas se cruzan actores como Alec Guinnes o Ernest Milton.

A una época marcada fuertemente por la incredulidad de una filosofía materialista, se le ofreció el contrapeso de una literatura más profunda, cargada de valores trascendentes, que constituyó una «red» de inteligencias sensibles, que generó un renacimiento cultural, un nuevo testimonio de la fuerza creadora del cristianismo.

Dice Joseph Pearce: «Personalmente, yo soy un converso al catolicismo a través de la lectura de Chesterton, Belloc, Tolkien, Lewis y otros. Si no hubiera sido por esta corriente, puede que nunca me hubiera hecho católico. En mis viajes y mi correspondencia conozco a mucha gente que ha llegado o ha vuelto a Roma, al menos en parte, leyendo a estos grandes escritores. Todo lo que hace cada persona tiene consecuencias permanentes, porque estamos hechos para la eternidad, y en ella está nuestro destino. Estoy seguro de que el renacimiento católico ha ayudado a mucha gente a llegar al Cielo, o la ha salvado del infierno -¡quizá a mí también!-»

Se dice en Almudí sobre el libro de Pearce: «Llama la atención que, dejando de lado el influjo de la gracia de Dios, la mayor parte de esas conversiones obedecieron —como había ocurrido anteriormente con J.H. Newman— más a motivos racionales que a factores afectivos. Así, son frecuentes los casos de polemistas anticatólicos que acaban pasándose al lado de sus ‘adversarios’. En este sentido, admira su vigor y honradez intelectual.»

«Prácticamente todos ellos, a raíz de su conversión y hasta el fin de sus vidas, realizaron una eficaz labor apologética, acometida incluso con mayor entusiasmo al de su anterior combate contra la fe.»

«Son conscientes de que cuando desarrollan ese apostolado están prestando un impagable servicio a la cultura y civilización de un mundo que ha perdido sus referencias, no ya específicamente religiosas, sino humanas. Esta convicción resulta estimulante para los católicos del siglo XXI.»

Publicamos a continuación un escrito de titulado Conversos del siglo XX. «No se trata sólo de conversos en el mundo anglosajón, sino que habla de otras vetas»: francesa, germánica, hispánica, eslava,…

Este texto procede en su origen de una conferencia publicada en Diálogos de Teología, V, Edicep, Valencia 2003, pp. 31- sido notablemente ampliado y puesto al día por el autor.]



1. Introducción




La importancia de los testimonios intelectuales de conversión


La fe cristiana, desde el principio, ha suscitado conversiones a su alrededor. Porque es una llamada a la conversión («convertíos y creed en el Evangelio» Mc 1,15). Por eso son muchos los casos de conversiones a lo largo de la historia. De la mayoría no nos queda testimonio o solo un testimonio genérico. En parte, por el comprensible pudor con que estas cosas se tratan. En parte también por la dificultad de poner por escrito un itinerario interior tan delicado: que exige percibir a cada paso lo que sucede y conservarlo con claridad en la memoria.

Pero algunas veces nos encontramos con casos de intelectuales que han vivido conscientemente su conversión como un proceso y son capaces de relatar sus etapas. Ya lo hizo, de una manera magistral, san Agustín. Y sus Confesiones han quedado como un modelo en este género de literatura religiosa. Y también mostraron su interés y su papel para el mejor conocimiento y la difusión del mensaje evangélico.

Tiene un gran interés que personas con vida intelectual nos cuenten su conversión. Son más capaces de analizar y describir evolución, las distintas situaciones por las que han pasado con su contexto, y el peso que tuvieron diversos elementos e ideas. Así su relato adquiere una fuerza, que es verdaderamente literaria, no por artificio, sino por la realidad que toca, que es profundamente humana.

No es que, necesariamente, estas conversiones sean, en sí mismas, más perfectas, más valiosas o más auténticas que otras menos conocidas o que no han dejado huella literaria. No se pueden establecer tales baremos en estas experiencias. Se trata simplemente de que, al haber sido expresadas, se prestan al análisis. Y éste tiene un alto interés, tanto para la teología, que piensa el mensaje cristiano en sus implicaciones intelectuales, como para la evangelización, que trata de difundirlo y hacer que llegue a los corazones de los hombres.

De una manera semejante a lo que sucede con los experimentos cruciales en el ámbito de una ciencia, con estos testimonios podemos acceder a estratos del espíritu humano y de la vida cristiana, que, en las circunstancias normales, no se nos muestran tan claramente. La conversión afecta a muchas dimensiones del ser humano: Desde el punto de vista antropológico, nos sumerge en las profundidades de los resortes del espíritu. Desde el punto de vista literario, es un tema privilegiado, por su dramatismo y profundidad. Desde el punto de vista teológico, nos descubre con trazos vivos la verdad existencial de los misterios cristianos (Palabra, Gracia, Sacramentos, Iglesia). Desde el punto de vista de la evangelización, nos señala prioridades y nos sugiere formas mejores de ofrecer el mensaje. Y siempre nos recuerdan la absoluta primacía de la gracia de Dios.

Los grandes relatos de Newman, Edith Stein, Chesterton, García Morente y Lewis, siguen la huella trazada por San Agustín en sus Confesiones, y se convierten, ellos mismos, en grandes testimonios humanos y literarios y en caminos de conversión.

El converso es un antídoto contra la mediocridad, contra el acostumbramiento, contra la inercia de las sociedades sociológicamente cristianas. El converso percibe la novedad, se da cuenta de la maravilla de la fe. Tiene la sensibilidad entera y despierta: lo ve todo junto, con ojos nuevos, no acostumbrados, con todos sus perfiles. Tiene capacidad de admirarse ante lo admirable. Está en una situación peculiar (que no resiste la naturaleza humana por mucho tiempo). Es un revulsivo para los cristianos acostumbrados. Nos presta ese extraordinario servicio. Abre un camino y su vida se convierte en un argumento, en una manera particularmente viva de mostrar la fe. (En cambio, para el converso, la mediocridad de lo que encuentra a su alrededor, la falta de entusiasmo en la fe, frecuentemente se convierte en una nueva prueba). Y, en muchos casos, los grandes relatos de conversos son una ayuda inestimable para los que están en el mismo camino de conversión y pasan por pruebas semejantes. Se sienten animados y acompañados.

Hay que tener en cuenta que el ser humano es un ser profundamente social. Aunque hoy esté de moda pensar que cada uno puede hacerse una fe a su medida, el hecho es que cada persona es muy dependiente de sus tradiciones y de las posiciones que existen en su ambiente. Ni se parte de cualquier sitio, ni se llega de cualquier modo. Ordinariamente, sólo con una gran honestidad y esfuerzo personal, y conducido por alguna manifestación de lo cristiano (y por la gracia de Dios), se consigue el grado de independencia necesario para convertirse. Por eso, son, en general, casos solitarios, bastante conscientes de su proceso espiritual.


Tipos de conversiones


La palabra «conversión» (metanoia; en griego) tiene un sentido dinámico: significa un cambio de dirección de la mirada o del avance; en sentido espiritual, es un volverse hacia Dios y caminar hacia Él. Lo contrario de la famosa definición de pecado atribuida a San Agustín: «aversio a Deo et conversio ad creaturas»: separarse de Dios para convertirse a las criaturas. Ahora se trata de apartarse de otras cosas y volverse hacia Dios. Convertirse, para el cristianismo, es encontrar el verdadero rostro de Dios, tal como nos ha sido revelado en Cristo, «Camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como desea la hermosa bendición israelita, «que el Señor te muestre su rostro» (Nm 6, 24-26).

Generalmente, cuando hablamos de conversiones, nos referimos a procesos de personas que llegan a la fe. Pero también existen conversiones morales. Siempre ha habido personas que han sentido una llamada apremiante a seguir de cerca a Jesucristo. Así nos consta de San Bernardo, San Francisco de Asís, B. Ramón Llull, Pico della Mirandola, S. Ignacio de Loyola, Pascal, Chateaubriand, los románticos alemanes Friedrich von Schlegel y Novalis. En algunos casos, es sólo decidirse a vivir la vocación cristiana en serio. En la literatura espiritual, se llama « segunda conversión», a este cambio. Y el ejemplo tradicional es el de santa Teresa, cuando, después de muchos años de ser monja, siente una vibrante llamada a tomárselo definitivamente en serio.

Las conversiones a la fe son otra cosa. Parten, obviamente, de una situación de increencia. Los protagonistas tienen que ser personas que han abandonado la fe, o que pertenecen a grupos que tienen otra fe o ninguna. En la antigüedad, en la primera expansión del cristianismo, se dieron muchas conversiones de personas que procedían de otras religiones. Era un caso normal y estadísticamente frecuente, y lo siguió siendo durante varios siglos, cuando se convirtieron los pueblos de Europa. Durante el primer milenio, Europa se convirtió en un espacio cristiano, con escasas minorías religiosas (sobre todo, judíos y, en el sur, musulmanes).

Desde la mitad del segundo milenio (s. XVI), el cristianismo se expandió hacia otras zonas geográficas y fueron evangelizados los pueblos americanos, africanos (subsaharianos) y asiáticos (Filipinas). Es una época misional, que después será continuada hasta bien entrado el siglo XX. En la misma mitad del siglo XVI se produjo también la ruptura de la unidad religiosa del occidente cristiano y aparecieron varias confesiones cristianas (anglicanos, luteranos, calvinistas, etc.), que después darían lugar a muchas otras al trasladarse a los Estados Unidos.

En un tercer momento, después de cien años de guerras religiosas y, en parte por cansancio de ellas, se desarrolló en Occidente un proceso de secularización, impulsado por una rama de la Ilustración (francesa y alemana). Por primera vez, surgieron formas sociales de increencia, con sus propias tradiciones, que se perpetúan. Desde entonces, hay familias y ambientes «laicos», refractarios, ajenos o críticos ante la fe: materialista-cientifista, republicano-laicista-liberal, socialistas y comunistas; y más modernamente, algunos grupos verdes, alternativos y libertarios. Esta es una nueva clase de ateos o incrédulos con respecto al mundo antiguo.

Con este breve marco histórico, podemos establecer las distintas situaciones de las que proceden los conversos del siglo XX y dividirlos en cinco grupos:

- los católicos que habían pedido la fe o apenas la llegaron a tener y la recuperan;

- los que proceden de una tradición «laica», materialista, atea o agnóstica; son muchos.

- los que proceden de otras confesiones religiosas en las que se ha dividido históricamente el cristianismo (luteranos, calvinistas, anglicanos, baptistas, metodistas, etc.) o de sectas de origen más o menos cristianos.

- los que proceden del judaísmo; que es un grupo significativo en la primera mitad del siglo XX.

- los que proceden de otras religiones no cristianas (Islam, Budismo, Hinduismo, etc.): esto sucede principalmente en los territorios de misión propiamente dicha.

Son casos muy distintos. Para aquellos que han perdido la fe o no llegaron a tenerla muy viva, se trata de un redescubrimiento, cosas que sabían vagamente se vuelven vivas y operativas. Para los que proceden del agnosticismo o del ateísmo o de otras religiones, la fe es una luz que cambia totalmente el sentido y el marco de sus vidas. En el caso de los que proceden de otras confesiones cristianas, se trata de una recuperación de la unión original de la Iglesia: frecuentemente, sienten la incorporación como un volver a casa, sin que tengan que separarse de lo auténticamente cristiano que ya han vivido. Para los que proceden del judaísmo, si han tenido formación religiosa, perciben la relación entre el Antiguo y Testamento y recorren un camino semejante al que recorrieron los primeros cristianos al encontrar a Cristo y reconocerlo como el Mesías esperado por Israel; en muchos otros casos, más bien proceden del ateísmo materialista o del agnosticismo.


La minoría judía


El caso de los judíos centroeuropeos resulta particular por varios motivos. Hasta finales del siglo XX ha sido la minoría religiosa no cristiana más importante en Europa (ahora son los musulmanes). Hay que recordar que, hasta principios del XIX, vivía segregada, manteniendo su identidad, aunque en medios pobres y poco cultos, salvo excepciones. Con la expansión de las nuevas ideas políticas democráticas, se desarrolla un proceso de emancipación e integración política y civil, de las minorías judías europeas (Prusia y el Imperio Austrohúngaro, Rusia, Holanda, Suiza, Francia e Italia).

En una segunda o tercera generación, las familias judías centroeuropeas adineradas y cultas tendieron a la asimilación cultural y se bautizaron o educaron a sus hijos en el cristianismo (Max Scheler). En muchos casos, no significaba gran cosa. Especialmente, en los estados de tradición luterana, muy descristianizados, donde las iglesias llevaban el registro civil. El poeta Heine dijo que se bautizaba como si se tratara de un pasaporte social. Así sucede también con la familia de Wittgenstein, o con el propio Husserl); su bautismo apenas tuvo significado religioso (aunque más tarde ambos manifestaran cierto interés por el cristianismo).

En otros casos, supuso una verdadera y plena incorporación a la Iglesia, como se aprecia, por ejemplo, en la novelista de origen ruso y judío Irène Némirovsky. Muchos intelectuales judíos se interesaron personalmente por el cristianismo (Gustav Mahler, Franz Werfel, Henri Bergson). Una minoría mantuvieron y en algunos casos renovaron la fe judía (Buber o Rosenzweig). En otros muchos casos tendieron hacia el materialismo agnóstico o hacia posiciones de izquierda radical (comunistas). La tremenda experiencia del genocidio judío a manos de los nazis dio una nueva identidad (más histórica que religiosa) a la minoría judía restante, muy reducida. Y haría las conversiones más raras y más conscientes (Zolli, Lustiger). Hoy, además de Israel, la minoría judía más importante está en los Estados Unidos, donde hay que señalar también algunas conversiones (Nathanson. Novak).



2. Panorámica general antes del Concilio Vaticano II


Sin ningún ánimo de exhaustividad, vamos a hacer un repaso de algunos conversos que han tenido mayor impacto cultural. Nos limitaremos al área occidental. Sin olvidar nunca que la Iglesia está muy viva y crece en otras áreas geográficas, como Corea, el Africa subsahariana, la India, China o Taiwan. Donde también son frecuentes las conversiones, incluidas conversiones de intelectuales.

Nuestro objetivo es trazar una panorámica, que nos permita identificar un poco las dimensiones de este fenómeno. Vamos a agrupar a los conversos por áreas lingüísticas. Se trata de un criterio algo arbitrario, pero nos permitirá ordenarlos según una cierta homogeneidad cultural. Son individualidades que no siempre es posible conectar entre sí, como si formaran una red o una secuencia. Lo más característico de una conversión es lo que tiene de relación personal con Dios, cosa que difícilmente se somete a clasificaciones. En todo caso, dividiremos la exposición en dos periodos: la «primera mitad» de siglo (que hacemos llegar hasta la preparación del Concilio Vaticano II; y la «segunda mitad», a partir de los años sesenta.


1) La veta francesa


La primera mitad de siglo significa en Francia un gran crecimiento de la presencia cristiana. Aunque esto no quiere decir que sea un crecimiento general, o que se hayan resuelto las dificultades culturales arrastradas desde la Revolución francesa y la instauración de un régimen republicano de fuerte sesgo laicista. El siglo XIX fue un siglo de renovación cristiana y de muchas fundaciones, después del tremendo trauma de la Revolución. Entre muchos otros, llama la atención la actividad de un converso, el P. Lacordaire, refundador de los dominicos en Francia, después de que esta orden de tanto arraigo hubiera sido suprimida por la Revolución. Al inicio del siglo XX, tenemos una pléyade de grandes dominicos intelectuales. Y, en otro grado, lo mismo sucede en otras órdenes y congregaciones. Como muestra del vigor intelectual de la época, tan llena de personalidades, ha quedado un notable conjunto de obras enciclopédicas cristianas, además de una infinidad de revistas.

En ese clima de vigor intelectual y espiritual, se producen algunas conversiones de enorme y permanente impacto. Basta pensar en los poetas Charles Péguy o Paul Claudel; y en los pensadores como el matrimonio Maritain (Jacques y Raissa) y Gabriel Marcel. Es difícil exagerar la importancia que tienen estos cinco personajes dentro de la cultura católica francesa de la primera mitad de siglo. Tanto por su actividad como escritores, como por sus contactos con muchas otras personas a las que ayudan en el camino de la fe.

Pero también hay más poetas, novelistas y dramaturgos (Max Jacob, Leon Bloy, Charles du Bos, Jean Cocteau, Huysmans, Julien Green); científicos (Alexis Carrel, Pierre Lecomte du Noüy); y militares (Charles de Foucault). Es de notar la del teólogo Louis Bouyer (Du protestantisme à l Église), después sacerdote oratoriano, experto en muchos temas de liturgia y diálogo interconfesional. Más adelante, la conversión de Lustiger, que sería cardenal arzobispo de París y procedía del judaísmo.

El clima de origen de casi todos los conversos franceses es el republicanismo radical típicamente francés, más o menos teñido de socialismo, según los casos. Son hijos tardíos de la ilustración laicista y anticlerical, que domina la mentalidad y las estructuras del Estado, y, de manera especial, la educación oficial, en los liceos y en las universidades. Como testimonio de toda esta época de conversiones, quedan los volúmenes de Convertis du 20 siècle, que editó Casterman, en los años cincuenta. Eran cuadernillos con las narraciones de las conversiones de mayor interés, muchas de ellas francesas, aunque no se limita al ámbito francés.


2) La veta anglosajona


Los cincuenta primeros años del siglo XX son muy importantes para la historia de la Iglesia católica en Inglaterra. Está dando sus primeros pasos desde el cisma provocado por Enrique VIII. A lo largo del siglo XIX el Estado ha suprimido progresivamente las leyes discriminatorias que existían contra los católicos. Se ha establecido la jerarquía católica y están creciendo todas sus instituciones con notable vigor. Por contraste, el anglicanismo padece una crisis doctrinal y espiritual que le lleva hacia posturas cada vez más liberales y, como ellos dicen, latitudinarias, ampliando constantemente los límites para no perder adeptos. Se puede decir que el proceso ha seguido hasta nuestros días, originando un flujo constante de recepciones en la Iglesia católica entre los elementos más preocupados por la identidad cristiana o con mayor amor por la tradición.

En este contexto, tiene una gran importancia, en el siglo XIX, el «movimiento de Oxford». Fue un intento, nacido en el seno de la Universidad de Oxford, para recuperar la identidad espiritual de la Iglesia anglicana. Supone un renacimiento en el terreno de los estudios doctrinales, de la práctica litúrgica y sacramental y de la devoción cristiana. Pero no consigue vencer los obstáculos interiores: por eso, una parte importante de sus miembros pasarán a la Iglesia Católica (Newman), mientras otros permanecen anglicanos (Keble), reforzando su corriente anglocatólica hasta el final del siglo XX. Todo esto será bellamente contado por el historiador Charles Dawson, él mismo converso. Dejará una huella muy honda en la tradición anglocatólica.

Evidentemente, la figura más relevante es el cardenal Newman, quien, al ser obligado a justificar su conversión escribe, probablemente, el relato más famoso que existe sobre una conversión, después de Las confesiones de San Agustín (Apología pro vita sua).

A su vez, Newman influye mucho en otros dos grandes conversos que nos han dejado también espléndidos relatos de sus itinerarios espirituales: G, K, Chesterton (Ortodoxia, Autobiografía), ensayista y columnista, lleno de simpatía y vitalidad. Y C. S. Lewis (Cautivado por la alegría), inteligente ensayista y profesor de literatura en Oxford y Cambridge (después de haber perdido su fe protestante en la infancia, se incorporó a la Iglesia anglicana). Son conversiones, preciosamente narradas, verdaderas obras maestras de la literatura. Se han convertido, ellas mismas, en camino de conversión, con un permanente impacto dentro del mundo anglosajón.

Además, hay notables incorporaciones al catolicismo entre clérigos anglicanos intelectuales (Hugh Benson, Ronald Knox, que llegarán a ser capellanes de Cambridge y Oxford), filósofos (Elisabeth Ascombe y Peter Geach), novelistas (Evelyn Waugh, Graham Greene, Muriel Spark) poetas (Gerard Manley Hopkins, Edith Sitwell); incluso notables actores (Sir Alec Guinnes). De muchas de ellas nos quedan interesantes testimonios. Todo este ambiente está maravillosamente narrado por Joseph Pearce, Escritores conversos. La inspiración espiritual en una época de incredulidad. En 1925 pasó del anglicanismo al catolicismo Frederic Copleston (1902-1994), mientras estudiaba en Oxford: después, jesuita y autor de una monumental historia de la filosofía. También fue importante el acercamiento de Thomas S. Eliot a la Iglesia anglicana, en su versión anglocatólica.

Este movimiento tiene un amplio impacto al otro lado del Atlántico, donde los tres autores (Newman, Chesterton, Lewis) marcan el itinerario de muchos conversos al catolicismo, hasta nuestros días. El mundo americano merecería por sí solo un estudio, teniendo en cuenta su honda tradición de revivals religiosos. El catolicismo ha tenido una presencia creciente y los testimonios de conversos son muy numerosos; algunos muy famosos. Especialmente, Thomas Merton, (1915-1968), de origen cuáquero, se convirtió en 1938, después de muchos viajes y el encuentro con El espíritu de la filosofía medieval, de Gilson. Se haría trapense. Lo cuenta en La montaña de los siete círculos. También se convirtió en 1927, la activista Dorothy Day (1897-1980), alma del Catholic Worker Movement. Lo contó en su novela de fondo autobiográfico The Eleventh Virgin. Menos famosa en su día, pero significativa, la conversión de Avery Dulles, hijo de un Secretario de Estado norteamericano, de origen presbiteriano no practicante. Sería jesuita y famoso teólogo, hecho cardenal por Juan Pablo II. Contó su itinerario en unas primeras memorias (A testimonial to Grace). También se convirtió en 1937, Marshall Mc Luham que llegaría a ser un famoso ensayista.


3) La veta germánica


Tras la primera guerra mundial, se produce en Alemania (y Austria) una convulsión política y cultural, que produce un fuerte efecto espiritual. Hay una crisis de identidad y de sentido que mueve todas las preguntas. Esto produce también un aluvión de conversiones. Las más importantes proceden del luteranismo, muchas veces con una tradición ilustrada laicista (kantiana y ghoetiana), y desde el judaísmo, generalmente no confesante.

Merece la pena recordar a dos grandes profesores de Sagrada Escritura luteranos, Erik Peterson y Heinrich Schlier que se integraron en la Iglesia católica. También cabe recordar a pensadores como Peter Wust, que recupera la fe, y a Theodor Haecker, que, impresionado por la figura de Newman (y de Kierkegaard) se incorpora a la Iglesia desde el luteranismo. Pero el grupo más interesante, desde el punto de vista intelectual, es el que rodeó a Husserl en Gotinga: los primeros discípulos de la fenomenología, el Círculo de Gotinga.

La fenomenología propiciaba una gran apertura a las cosas y obligaba a poner cuidado en evitar los prejuicios. Esto hizo que entre los fenómenologos de la primera hora se diera algo así como un esfuerzo de sinceridad, una apertura ante los misterios de la realidad, que los hizo abiertos y respetuosos ante las realidades del espíritu. De este modo, pudieron escuchar las distintas voces del mensaje cristiano. Muchos de ellos, procedentes de un judaísmo apenas practicante, se convirtieron sinceramente al cristianismo luterano (Von Reinach) o católico (E. Stein, Von Hildebrand; y Max Scheler que, después de varias oscilaciones, acabaría fuera de la Iglesia). Son particularmente importantes el testimonio de Edith Stein, en sus escritos biográficos; y el de Von Hildebrand, cuyas memorias todavía no se han publicado (pero existe una agradable biografía escrita por su esposa Alice). Edith Stein, después carmelita exterminada en un campo nazi de concentración, sería canonizada por Juan Pablo II y se convertiría en patrona de Europa. Hildebrand llegaría a ser un gran pensador de filosofía y ética en los Estados Unidos (Fordham) y dejaría una gran huella intelectual. Intervino en otras conversiones, por ejemplo de Hellmut Laun (Cómo encontré a Dios).

En el ámbito de la literatura alemana, merece la pena recordar a Gertrud von Le fort (antes luterana); y al novelista Alfred Döblin (antes judío); también a Franz Werfel, checo, de cultura alemana, que estaría siempre a las puertas del bautismo. Después, el dominio nazi y la Segunda Guerra mundial producirán una amarga crisis en la conciencia alemana, con un alto grado de problematización, que afecta también a los intelectuales cristianos (Heinrich Böll). Y se agudizará, mezclándose con problemas doctrinales (y también con el «complejo antirromano»), produciendo una situación difícil. Con todo, después de una dilatada vida narrada en sus diarios, al final del siglo, hay que notar la conversión del casi centenario Ernst Jünger, premio Nobel de Literatura.


4) La veta hispánica


En España o, más en general, en el ámbito de habla española, no tenemos muchos grandes relatos de conversión. En parte, porque el clima general es católico y las conversiones pueden suscitar menos impacto. En parte también porque se realizan de una manera progresiva. En nuestro ámbito escasean las grandes conversiones intelectuales, aunque sean frecuentes las conversiones de intelectuales. Ha sido frecuente, por ejemplo, el caso de pensadores laicistas, bautizados en su infancia, que, por la influencia de una esposa practicante, con la edad, se reconcilian con la Iglesia.

Aparte del caso singular de Donoso Cortés en el XIX, en la primera mitad del siglo veinte, encontramos otros casos notables. Quizá el más interesante, desde el punto de vista intelectual, es el de Manuel García Morente, amigo y colaborador de Ortega, Decano de la renovada facultad de filosofía de la Universidad Central de Madrid. Gran intelectual que deja un estupendo relato de su conversión (El hecho extraordinario), que podría ponerse dentro del grupo de los grandes relatos, junto a los de Chesterton o Lewis.

También se puede destacar el caso de la novelista Carmen Laforet, autora de una famosa novela premiada (Nada), que refleja el vacío existencial y de una segunda novela, de menos éxito, pero donde se reflejan aspectos de su conversión (La mujer nueva). Y el de la poetisa Ernestina de Champourcin, conversa durante su exilio en México, después de la Guerra Civil. Además, en el ambiente de la guerra civil, se puede añadir la conversión de Ramiro de Maeztu. Posteriormente, los libros-entrevistas de José Mª Gironella, 100 españoles y Dios; y Nuevos 100 españoles y Dios, permiten reconocer otros rastros e impactos varios. Hay muchas historias interiores, pero, quizá, el pudor español a mostrar la interioridad y también la politización de la posguerra, han hecho que no abunden o no sean conocidos.


5) La veta eslava


En Rusia, un cierto sector de la Intelligentsia, muy desengañado de las ofertas de la ideología comunista, redescubrió sus raíces cristianas (y ortodoxas). Rebroto en ellos el carisma del viejo cristianismo del pueblo ruso. Tenemos el precedente, en el XIX, de la conversión moral de Dostoievsky (y en parte, también, de Soloviev). Dostoievsky sufrió una honda transformación espiritual mientras estaba deportado en Siberia, en lo que él interpretó como un profundo encuentro con las honduras del alma rusa.

Un proceso paralelo se observa en la conversión de Alexander Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura y desvelador del Archipiélago Gulaj. Su itinerario personal está jalonado de encuentros con cristianos en los campos de concentración soviéticos. Allí muchos recuperaron la fe. Muchos testimonios de fe, vivida en los campos de concentración, y en otras circunstancias de martirio, han sido recogidas por Andrea Ricardi, Ils sont morts pour leur foi. La persécution des chrétiens au XX siècle (Plon/Mame, Paris 2002), a petición de Juan Pablo II.

También hay que notar los testimonios de Tatiana Goricheva, que narra su propia conversión y refleja un ambiente de recuperación de lo cristiano entre algunas minorías intelectuales, antes de la caída del muro de Berlín.


6) Otras vetas


Hay más por supuesto, que los que hemos visto. Podríamos incluir, por ejemplo, a la historiadora holandesa Cornelia J. de Vogel. A la novelista sueca y premio Nobel, Sigrid Undset. En Italia, es notable el caso de Israel Zolli (Zoller), rabino de la Sinagoga de Roma, que se hizo católico tras la segunda guerra mundial y dejó un gran relato. Y del escritor Giovanni Papini. En Canadá, el psiquiatra K. Stern, también de origen judío, dejó un estupendo testimonio, además de una honda influencia intelectual.

Constituye un testimonio del todo singular, el de la conversión del doctor Paul (Takashi) Nagaï, médico japonés de cultura sintoísta, pero ateo convencido. Removido por su experiencia clínica, se removió su materialismo y acabó encontrando la fe católica. Era profesor de medicina en Nagasaki cuando calló la bomba atómica y se convirtió en un héroe de la ciudad por su trabajo humanitario y social, y sus publicaciones, que ayudaron a la reconstrucción moral de la posguerra. Cuenta hermosamente sus recuerdos en Les cloches de Nagasaki (Las campanas de Nagasaki).



3. Situación posconciliar: una nueva generación




Renovación y crisis


El proceso intelectual de la primera mitad de siglo cambia bruscamente alrededor del Concilio Vaticano II. En un doble sentido. El Concilio es uno de los grandes hitos de la historia de la Iglesia. Supuso un fermento y una gran renovación cristiana. Acogió muchas de las perspectivas que procedían de algunos conversos que hemos citado (Newman, Marcel, Maritain). E inauguró una época de nueva evangelización en la que todavía nos encontramos y que ha sido relanzada por el Papa Juan Pablo II.

El Concilio quería abrirse al mundo e iniciar una nueva evangelización, con un diálogo más vibrante, que es un proyecto para siglos. Sin embargo, la renovación eclesial fue unida a una grave crisis, que se desató de forma colateral e inesperada. Y produjo sentimientos de inseguridad, desafección, pérdida de entusiasmo evangelizador. Esta mezcla de renovación y crisis posconciliar, con la interferencia de muchos factores culturales ambientales, ha durado casi hasta la última década del siglo XX, pero truncó muchos de los procesos intelectuales que estaban en curso.


El impacto del pontificado de Juan Pablo II


Al cabo de los años, el vigor intelectual y moral del Pontificado de Juan Pablo II provocó un vibrante despertar cultural cristiano. De una parte, habiendo participado activamente en el Concilio, afianzó las líneas de mejora y redujo la perplejidad. Por otro lado, recuperó a muchos de estos autores que hoy podemos considerar como clásicos del pensamiento cristiano. El pontificado de Juan Pablo II, además del asombroso proceso de disolución del comunismo del Este de Europa, produjo un notable impacto cultural especialmente intenso en Estados Unidos y en Italia. En todo este periodo, hay que notar algunas conversiones importantes, que vamos a repasar rápidamente.

En medio de sus problemas, los Estados Unidos ha vivido en los últimos decenios del siglo XX un nuevo revival cristiano. El pontificado de Juan Pablo II fue seguido con gran interés y admiración por minorías protestantes descontentas con la deriva liberal de sus confesiones o grupos religiosos, especialmente del luteranismo. A hacerse católico se le llama «cruzar el Tíber» o «volver a Roma». Los testimonios son muy abundantes, incluso casi constituyen un género. Aquí sólo nos interesan aquellos que ofrecen más interés desde el punto de vista intelectual.

En primer lugar, hay que notar, en 1990, la incorporación del pastor luterano Richard John Neuhaus (1936-) que, ordenado sacerdote católico, había fundado una revista interesada en el diálogo cultural cristiano (First Things), a la que atraería a otros conversos (Robert Novack, antes judío). Después se han producido otras incorporaciones (Leonard Klein, Robert Wilken), procedentes del luteranismo. Otros intelectuales luteranos se han encaminado, en cambio, hacia la Iglesia ortodoxa, que vive un momento de gran vitalidad en Estados Unidos (Jaroslav Pelikan). También hay que notar la incorporación a la Iglesia católica, del pastor presbiteriano Scott Hahn y su mujer, Kimberly, que han dejado espléndidos relatos.

Un poco antes del pontificado de Juan Pablo II, en 1971, se había convertido E. F. Schumacher, economista mundialmente famoso por su libro Lo pequeño es hermoso, de origen luterano. En 1979, fue Alasdair MacIntyre conocido filósofo inglés, de pasado marxista, afincado en EE.UU y autor de famosos ensayos. Acabando el siglo, y ya en el ocaso de su vida casi centenaria, se incorporó a la Iglesia católica, Mortimer Adler (1902-2001), muchos años Chairman de la Britannica y famoso pensador humanista, que procedía del ateísmo, pasando por el anglicanismo. También se incorporó allí Peter Kreeft, pensador de origen luterano danés. Por otros motivos, es de notar la conversión del Dr. Bernard Nathanson, famoso médico abortista de origen judío.

A finales del XX, en la medida en que la Iglesia anglicana cambiaba su disciplina en relación a la ordenación de mujeres, divorcio y homosexualidad, se incrementó el paso a la Iglesia católica; como sucedió con el antiguo Obispo anglicano de Londres, Mons. Graham Leonard. E influida por la personalidad de Juan Pablo II y de la Madre Teresa de Calcuta, se incorporó el famoso periodista, presentador de televisión y ensayista Malcolm Muggeridge, que ha dejado un buen testimonio.

En Italia, destaca la conversión del periodista y ensayista Vittorio Messori, de tradición comunista (aunque no la ha contado todavía pormenorizadamente). La del empresario Leonardo Mondadori, de tradición laicista, que sí nos la ha contado (La conversión), precisamente con la ayuda de Messor. Y la de Alessandra Borguese, heredera joven de un ilustre apellido, que también ha hecho un hermoso relato (Con ojos nuevos). Además, habría que tener en cuenta a la novelista Susanna Tamaro. Por otros motivos, tiene interés el testimonio de Domenico del Rio, religioso que abandonó el sacerdocio, fue «vaticanista» en la prensa «laica» y recuperó la fe siguiendo el pontificado de Juan Pablo II. Lo cuenta en su última biografía de Juan Pablo II.

En Francia, hay que señalar al final de siglo la recepción del pastor luterano Michel Viot, que dirigía el luteranismo francés. En los países nórdicos también se han integrado en la Iglesia católica varios pastores luteranos, como Ola Tjorhom, especialista en ecumenismo. Y la diplomática, también noruega, Janne Haaland Matlary (El amor escondido. La búsqueda del sentido de la vida). En Alemania, hay que notar el testimonio del periodista Peter Seewald, que hizo dos famosos libros entrevistas al cardenal Ratzinger, y recuperó la fe (Cuando comencé a pensar de nuevo en Dios). 
En España, y también en relación con Juan Pablo II, se podría citar al novelista Juan Manuel de Prada.


Las nuevas realidades eclesiales


Al acercarnos a las últimas décadas del siglo XX, nos encontramos además con el vigoroso desarrollo de algunas nuevas realidades eclesiales, que han surgido a lo largo del siglo XX y que se orientan, de manera especial a la formación y acción apostólica de los laicos: El Opus Dei, Movimiento Neocatecumenal, Comunión y Liberación, movimiento de los focolari, etc. Aunque tienen muy distintas configuraciones canónicas y espiritualidad, coinciden en ser fenómenos de gran vigor apostólico. Han suscitado gran cantidad de conversiones, tanto de católicos, más o menos alejados, que recuperan una fe viva (que quizá nunca tuvieron), como de miembros de otras confesiones religiosas o de ateos. Pocas de ellas han sido vertidas en literatura, aunque los testimonios menores son muy abundantes.




4. Análisis y conclusiones




Análisis


Volvamos a los procesos descritos, ¿qué podemos obtener de ellos? ¿cabe sacar alguna conclusión? ¿se puede establecer alguna regla? No parece fácil debido a su gran diversidad. Hay procesos repentinos y otros largos. Paul Claudel cae de rodillas al escuchar las vísperas de Navidad en la Catedral de Notre Dame de París. Frossard entra en una capilla con el Santísimo expuesto, y adquiere la convicción de que el Señor está allí. A los Maritain, los acerca a la fe un escritor entusiasta, converso y extraño como Leon Bloy.

C. S. Lewis procede de un largo itinerario intelectual en el que colaboran lecturas y amigos. Manual García Morente, en cambio, sufre un proceso rápido, donde los argumentos se le acumulan en una noche, en parte sugeridos por una audición musical en la radio (L enfance de Jesus, de Berlioz). A Edith Stein, le decide un encuentro con la vida de Santa Teresa, leída compulsivamente durante una noche. Al doctor Nagaï, le sacan de su materialismo ateo y le ponen a buscar, el destello de los ojos de su madre cuando muere.

El actor Alec Guinnes cae en la cuenta de lo que significa la Iglesia católica cuando, en el descanso de una filmación, da un paseo vestido con sotana y se encuentra con un niño que, sin conocerle de nada, le coge de la mano y le empieza a hablar con toda confianza. Tatiana Goritcheva se encuentra con el cristianismo al repasar un libro de Yoga, en el que se recomendaba repetir, entre otras «mantras», el Padrenuestro. A Solzhenitsyn, le lleva a la fe el testimonio ejemplar de algunos amigos en prisión y la intuición de las raíces espirituales de Rusia A Scott Hahn, le lleva del protestantismo al catolicismo, la investigación sobre la propia Biblia.

Fuera de algunas características comunes obvias, no parece haber nada más. Cuando nos ponemos a analizar el fenómeno, nos encontramos con dos protagonistas: Dios y un ser humano. Además, está el decorado de fondo que son las circunstancias históricas y culturales en que se mueve cada converso. La conversión es un encuentro entre un hombre que busca o que está abierto al misterio, y Dios que se hace presente. Pero Dios se puede hacer presente de muchas formas, a través del decorado (de destellos cristianos presentes en la cultura ambiental) o bien a través del testimonio de otras personas.

Bien sea de un modo o de otro, los conversos descubren providencialmente algún signo de la trascendencia. Como Verdad que les ofrece sentido y seguridad intelectual. Como Belleza que entusiasma, percibida en la misma doctrina, en la armonía del mundo o en la celebración litúrgica. Como Bondad que conmueve, al entrar en contacto con el sorprendente esplendor de la caridad. La elevación moral de los santos, especialmente, el testimonio de la caridad despierta la admiración de la gente honesta, que se siente atraída, y ve confirmadas y realizadas en ellos sus intuiciones interiores.

El cristianismo ofrece metas a las que aspira naturalmente el corazón humano, sobre todo en la medida en que es honesto. Ofrece una relación personal, con un Dios Padre, que realiza el deseo de amar y de ser amado; ofrece una familia y un clima espiritual (la Iglesia); ofrece también salvación y consuelo ante el dolor y la muerte. Y, además nutre la esperanza en un más allá, que promete la pervivencia y la plenitud personal, el reencuentro con los seres queridos, y la superación de las dolorosas heridas del mal y la injusticia en el mundo.

El que la conversión sea vivida como una enorme convulsión espiritual o el que sea repentina puede darle un tono excepcional, como en los casos que hemos repasado; y sin embargo, como decíamos al principio, el anuncio cristiano es, en sí mismo, una invitación a la conversión, tanto para los que no son cristianos como para los que lo somos. Es decir, que no considera la conversión como algo excepcional, para unos privilegiados que lo descubren, sino que es una llamada universal que responde a la vocación más profunda del hombre: «convertíos y haced penitencia». Todos los seres humanos estamos hechos para recibir este mensaje de salvación, que responde a nuestros anhelos más auténticos.

Por eso, en el fondo, la pregunta no es ¿por qué se han convertido unos pocos?, sino más bien ¿por qué no se convierten todos? Si queremos plantear bien la cuestión, es preciso darle la vuelta. Es verdad que algunos han tenido la suerte de percibir la luz y convertirse. Pero ¿por qué la luz no llega a todos? ¿Por qué las conversiones son, en el fondo, un fenómeno minoritario?



Conclusión: La luz en las tinieblas

1. La difusión de la fe sigue caminos humanos. Esto es una sorpresa. Pero pertenece al misterio de la salvación. La Encarnación no pudo ser en todas partes. Tuvo un momento y un lugar. Tampoco la Evangelización, aunque nació con una vocación universal («id y predicad a todas las gentes») se hace de un golpe. Se expandió, con esfuerzo y poco a poco, desde la primera comunidad de cristianos que rodeó al Señor y a los Apóstoles. Y siguió los cauces por los que se comunican los mensajes humanos: en primer lugar, por el testimonio personal de los cristianos. Sigue siendo verdad el reclamo de San Pablo: «¿Cómo creerán si no oyen hablar de él? ¿Y cómo oirán si no hay alguien que predique? ¿Y cómo predicarán si no han enviados? Según está escrito: «Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Nueva»» (Rm 10, 14-15). Además, el mensaje cristiano, al encarnarse en la cultura, deja también muchos destellos de luz en las obras de pensamiento, de literatura, de arte, que son llamadas de la verdad.

2. El antitestimonio cristiano. Los cristianos somos, a la vez, luz y sombra. Es una dificultad importante para que la luz brille. Con nuestras vidas poco ejemplares, poco cristianas, hacemos mucho humo. Indudablemente no estamos a la altura del mensaje que llevamos. Con frecuencia, los cristianos estamos acostumbrados al cristianismo y los que no son cristianos están acostumbrados a no ver en nosotros nada extraordinario: Nietzsche bromeaba: «me gustaría que los testigos tuvieran más pinta de haber sido salvados». Este hiato entre lo que es y lo que debería ser, es, para los cristianos, un motivo de humildad y también una invitación a una mayor intensidad espiritual. Por motivos históricos y culturales, también por importantes prejuicios, nuestros contemporáneos tienen dificultades para encontrar suficientemente atractivas nuestras vidas o la historia de la Iglesia. Pero los que encuentran en esto una excusa para no convertirse, no conocen bien ni las cosas humanas ni las cosas de Dios.

3. Los anticuerpos de la verdad. Si el mensaje no brilla como debería o no tiene el impacto deseado, se debe también a prejuicios consistentes y muy arraigados. Son el fruto de una tradición ilustrada y crítica, que ha pretendido justificarse y crear un mundo al margen del cristiano. Desde hace dos siglos, hay una dialéctica muy perseverante en todos los países tradicionalmente cristianos (Italia, Francia, Bélgica, España, países latinoamericanos), que acumula argumentos contra el cristianismo (sobre todo, la Iglesia) o mantiene vivos los de siempre (Cruzadas, Galileo, Inquisición, Conquista de América). Es un mundo laico, que se defiende así, como por instinto, de la fuerza vital del cristianismo. Esta crítica oscurece mucho la luz de la fe presente en el mundo, actúa como un verdadero anticuerpo de la verdad, y crea verdaderas costras culturales, que intentan impedir el paso de la luz.

4. Una nueva evangelización. Con todo, la verdad tiene sus caminos. Y, en tierras cristianas, como la nuestra, la cultura está sembrada de destellos de la verdad cristiana. Sobre la relación entre el cristianismo y el laicismo planea todavía el espectro de la Guerra Civil. Algunos pueden pensar que no hay otro modo de tratarlo que el de una oposición en dos frentes. Pero no es así. Estamos en condiciones de lanzar un diálogo evangelizador, que necesita una mayor conciencia de lo que se ofrece, y una mayor osadía y entusiasmo en el modo de ofrecerlo. En un medio cultural donde ya se han producido casi todas las transgresiones, es preciso provocar una nueva transgresión, pero esta vez reparadora. La transgresión cristiana consiste en hacer brillar la luz en las tinieblas. Con el lenguaje de la verdad (en una doctrina que ilumina), con el lenguaje del bien (el testimonio de la caridad), con el lenguaje de la belleza (en la liturgia y el arte cristianos). En una cultura mediatizada por los medios de comunicación, hay que hacer patentes, también por este medio, las ideas, el testimonio moral y el espectáculo (la celebración) de la fe cristiana.







5. Bibliografía




Con carácter general


Existen varias colecciones de testimonios o relatos de conversiones, especialmente, de la primer mitad de siglo. Por ejemplo, S. Lamping, Hombres que vuelven a la Iglesia, Ediciones y publicaciones españolas, Madrid 1954; Testimonios de la fe. Relatos de conversiones. Ed. de M. Nédoncelle y R. Girault, Rialp, Madrid 1953 (J ai rencontré le Dieu vivant, Révue des jeunes, París 1952). Este volumen va precedido de un importante estudio preliminar de M. Nédoncelle.

Son muy famosos los testimonios recogidos por F. Lelotte, Convertis du XX siècle, Casterman, 6 vols., Paris –Tournai 1950-1960, publicados antes en forma de folletos. Esta colección ha merecido una tesis. D. Tourneux-Raymond, Le phénomène de la conversion au catholicisme d\'après la collection «Convertis du XXè siècle» (1951-1961) publiée sous la direction de Fernand Lelotte et dans la littérature religieuse des années 1950, Univ. Paris XII, 1991. También del ámbito francés, señalamos el trabajo de F. Gugelot, Conversions au catholicisme en milieu intellectuel 1880-1930. Univ. Lyon II, 1991, 95p.

Se pueden encontrar interesantes análisis literarios y de conjunto en la famosa obra de Charles Moeller, Literatura del siglo XX y cristianismo, 6 vols., Gredos, Madrid. Nos interesan especialmente los artículos sobre Graham Green, Gabriel Marcel, Sigrid Undset, entre otros. Además, C. Pujol, Siete escritores conversos, Palabra, Madrid 1994, recoge testimonios de escritores conversos (Joseph Joubert, G.M. Hopkins, Léon Bloy, G.K. Chesterton, Max Jacob, Edith Sitwell y Evelyn Waugh).

J. M. Österreicher, Siete filósofos judíos encuentran a Cristo, Aguilar, Madrid 1961 (tit. or. Walls Are Crumbling, Devin-Adair, New York, 1952). Se centra más en el área alemana y recoge varios testimonios de fenomenólogos (Husserl, Von Reinach, Max Scheler y E. Stein, aunque también Max Picard, Maritain y Bergson). Mons. Österreicher –él mismo converso del judaísmo- tenía información de primera mano sobre el ambiente de la primera fenomenología. También son interesante los estudios de Jacques Vidal, Phénomenologie et Conversions, en «Archives de Philosophie», 35 (1972), 209-243; y los artículos panorámicos de A. Pintor Ramos, Vicisitudes del Movimiento fenomenológico aléman, en «Naturaleza y Gracia», 18 (1971), 367-411.

Procedente del ámbito norteamericano, destaca 24 Aventuras del alma. Veinticuatro experiencias personales, Palabra, Madrid 1993. Forma parte de un tipo de literatura apologética hoy abundante en EE. UU. Se puede consultar fácilmente en Amazon. En este libro, llama la atención el enorme influjo de Newman, Chesterton y, en particular, Lewis en los procesos de conversión, sobre todo de intelectuales.

Recientemente, hay que destacar la serie de biografías y trabajos emprendidas por Josef Pearce, él mismo converso. Comenzó por una estupenda biografía de G. K. Chesterton (Encuentro 1998). Y ha seguido publicando otras sobre Sholzhenitsyn, Wilde, Hilaire Belloc, C. S. Lewis (también, sobre Tolkien), algunas traducidas. Destaca un magnífico libro de conjunto Escritores conversos. La inspiración espiritual en una época de incredulidad, Palabra, Madrid 2006 (Litteray Converts, Ignatius Press, NY 2002).

En la misma línea, Ch. Connor, Classic Catholic Converts (Ignatius Press, 2003); Stephen K. Ray, Crossing the Tiber. Evangelical protestant discover the historical Church (Ignatius Press 1997); Ian Kerr, The Catholic Revival in English Literature (1845-1961) (Gracewing 2003); Patrick Allit, Catholic Converts, British and American Intellectuals turn to Rome (Cornell University Press 1997).

Hay algunas biografías de conversos que tienen gran fuerza. Por ejemplo, J. P. Six, Itinerario espiritual de Carlos de Foucauld, Herder, Barcelona 1998. Y, la de A. Von Hildebrand, Alma de león. Biografía de Dietrich von Hildebrand, Palabra, Madrid 2001, entre otras muchas.


Algunos testimonios autobiográficos


San Agustín, Confesiones

J. H. Newman, Apologia pro vita sua, Encuentro, Madrid 1997

G. K. Chesterton, Autobiografía

- Ortodoxia

C. S. Lewis, Cautivado por la alegría, Encuentro, Madrid 1002

Alec Guinness, Memorias, Espasa Calpe, Madrid 1987

Malcolm Muggeridge, Conversión: un viaje espiritual, Rialp, Madrid 1991 (Confessions of a 20th-Century Pilgrim, Harper & Row, San Francisco 1988)

Avery Dulles, A testimonial to Grace (1946; reeditado mejorado en 1996)

Thomas Merton, La montaña de los siete círculos, Edhasa, Madrid 1981

Dorothy Day, La larga soledad. Autobiografía, Sal Terrae, Santander 2000.

Scott y Kimberly Hahn, Roma, dulce hogar, Rialp, Madrid 2003

Bernard Nathanson, La mano de dios. Autobiografía y conversión, Palabra, Madrid 1997

Richard John Neuhaus, How I became the Catholic I was (texto de la revista First Things, en Internet)

Raïssa Maritain, Les grands amitiés 1949): Las grandes amistades

Jean Cocteau, Lettre a Jacques Maritain (1926)

Alexis Carrel, Viaje a Lourdes, Iberia, Madrid 1970

André Frossard, Dios existe y yo me lo encontré, Rialp, Madrid 2001

Louis Bouyer, Du protestantisme à l Église, Cerf, Paris 1959

J. M. Lustiger, La elección de Dios, Planeta, Madrid 1989

P. Nagaï, Les cloches de Nagasaki, Casterman, París 1953

Karl Stern, Le Buisson Ardent, Ed. du Seuil, París 1951

Edith Stein, Autobiografía, (tit. or. Aus dem Leben einer jüdischer Familien), traducido como Estrellas Amarillas, Ed. de Espiritualidad, Madrid 1992 también en el vol. I de sus Obras Completas, Madrid 2002.

Hellmut Laun, Cómo encontré a Dios, Rialp, Madrid 1986

Manuel García Morente, El hecho extraordinario, Rialp, Madrid 1996

Tatiana Goricheva, Nosotros soviéticos conversos, Ed. Encuentro, Madrid 1986

Tatiana Goricheva, Hablar de Dios resulta peligroso, Herder, Barcelona 1988

Janne Haaland Matláry, El amor escondido: la búsqueda del sentido de la vida, Belacqua, Barcelona 2002.

Peter Seewald, Mi vuelta a Dios. Cuando comencé a pensar de nuevo en Dios, Palabra, Madrid 2006

Eugenio (Israel) Zolli, Mi encuentro con Cristo, Rialp Madrid 1947

L. Mondadori y V. Messori, La conversión: una historia personal, Grijalbo, Barcelona 2004.

Alessandra Borghese, Con ojos nuevos, Palabra, Madrid 2006.



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